Os propongo el texto "Apóstata de la vida sana" para el comentario de esta semana.
Hace poco, Warren Buffett -uno de los hombres más ricos y a la vez más generosos del planeta (no en vano junto con Bill Gates ha puesto en marcha una iniciativa por la que ambos se comprometen a dedicar la mayor parte de su fortuna a la filantropía)- incendió las redes sociales. Y no porque haya logrado que otros multimillonarios se sumen a su magnífica iniciativa, como en efecto ha hecho, sino por revelar su «régimen de vida eterna». Es decir, la dieta que sigue, según afirma, no solo para mantenerse joven a sus 84 años, sino, lo que es más importante, para no morirse. «Desde siempre -explicó a la revista Forbes-, me tomo cinco refrescos de cola al día, cuatro light en el trabajo y, como premio, una Cherry-Coke al llegar a casa».
También se atrevió a añadir que no es un devoto de las frutas ni tampoco de las verduritas y que, de vez en cuando, desayuna un tazón de helado con trocitos de chocolate. «La tasa de mortalidad más baja es la de niños de 6 años, de modo que he decidido comer como si tuviera esa edad; es lo más seguro», concluyó, dejando completamente turulato a su entrevistador. No es que yo haya decidido hacer la dieta Buffett, pero confieso que me encantó leer sus declaraciones, ya que desde hace un tiempo he apostatado de la vida ultra sana. Hasta ahora clamaba en el desierto, no lograba convencer a nadie de que apuntarse a triatlones con 50 años, triturarse las cervicales y los meniscos un día sí y otro también en largas sesiones de gimnasio y comer apio, nabo o alpiste no solo no podía ser muy sano, sino que es una innecesaria tortura.
Por suerte, otra noticia aparecida semanas atrás, y mucho más científica que la dieta del señor Buffett, ha venido a sacarme del ostracismo apóstata en el que me encontraba. El Colegio Americano de Cardiología ha demostrado que el ejercicio intenso es tan dañino como la vida sedentaria. En efecto, durante doce años, expertos de esta entidad se dedicaron a estudiar los hábitos de 1100 corredores y de cerca de 500 personas sedentarias, y llegaron a una sorprendente conclusión.
También se atrevió a añadir que no es un devoto de las frutas ni tampoco de las verduritas y que, de vez en cuando, desayuna un tazón de helado con trocitos de chocolate. «La tasa de mortalidad más baja es la de niños de 6 años, de modo que he decidido comer como si tuviera esa edad; es lo más seguro», concluyó, dejando completamente turulato a su entrevistador. No es que yo haya decidido hacer la dieta Buffett, pero confieso que me encantó leer sus declaraciones, ya que desde hace un tiempo he apostatado de la vida ultra sana. Hasta ahora clamaba en el desierto, no lograba convencer a nadie de que apuntarse a triatlones con 50 años, triturarse las cervicales y los meniscos un día sí y otro también en largas sesiones de gimnasio y comer apio, nabo o alpiste no solo no podía ser muy sano, sino que es una innecesaria tortura.
Por suerte, otra noticia aparecida semanas atrás, y mucho más científica que la dieta del señor Buffett, ha venido a sacarme del ostracismo apóstata en el que me encontraba. El Colegio Americano de Cardiología ha demostrado que el ejercicio intenso es tan dañino como la vida sedentaria. En efecto, durante doce años, expertos de esta entidad se dedicaron a estudiar los hábitos de 1100 corredores y de cerca de 500 personas sedentarias, y llegaron a una sorprendente conclusión.
Los deportistas que corren más de tres veces por semana a un ritmo superior a los 11 kilómetros por hora tienen una mortalidad igual o superior a la de los del grupo sedentario. Los más saludables, en cambio, son aquellos que practican ejercicio moderado y regular, es decir, corren unas dos horas y media a la semana o se dedican a andar media hora al día a buen ritmo. A partir de los 35 años, añade el estudio, lo ideal es practicar ejercicios que permitan fortalecer los músculos y proteger las articulaciones, y eso no se consigue matándose a hacer pesas, por ejemplo, sino ejercitándose con pesitas de un máximo de kilo y medio. Otra interesante conclusión del estudio es la relación que existe entre el cáncer y una actividad física exagerada. Se ha descubierto que el deporte extremo debilita el sistema inmune. Esto ocurre porque, en las dos horas siguientes a la práctica de un ejercicio violento, mientras el cuerpo se recupera del esfuerzo, el sistema inmune se deprime. Así, durante ese rato, queda uno expuesto a todo tipo de infecciones que no harán más que empeorar al día siguiente, cuando el esforzado deportista vuelva al gimnasio. Dicha depresión física y mental favorece, por tanto, la aparición incluso de algunos tipos de cáncer. Consultados otros médicos, todos están de acuerdo en que la virtud está en el punto medio, al tiempo que añaden que es importante que el ejercicio no produzca obsesión, sino placer, lo que, de alguna manera muy políticamente incorrecta, me hace pensar de nuevo en la dieta de la vida eterna de Warren Buffett. ¿No será que el señor Buffett -exagerando bastante la nota, sin duda- está diciéndonos algo también interesante? Que frente al rigor espartano y masoquista de aquellos que creen que vivirán cien años poniendo su cuerpo al límite, existe también la teoría de que se puede llegar en plena salud a la vejez dándose ciertos caprichos. No me gusta nada la Cherry-Coke, así que creo que tomaré un vino blanco con hielo a su salud. Me lo merezco; además, hoy he sido buenísima, caminé media hora por el Retiro. La primavera parece que madruga este año y estaba espectacular.
Carmen Posadas, XL Semanal
Carmen Posadas, XL Semanal
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